12 diciembre, 2016

EL CENIT              4

Como mencionaba la columna anterior, en este mundo posmoderno*, la cantidad de información a nuestro alcance es tan grande que es difícil digerirla toda o mantenerse al día con tanto que hay por saber. Más o menos esa era la premisa de la novela Un mundo feliz (en inglés Brave New World) del autor británico Aldous Huxley, que menciona entre otras cosas que, para mantener alienada a la sociedad, un método de control era el de inundar a la gente de información, saturarla de cosas vanas, tontas incluso, para distraerla de asuntos de importancia. Menciono lo anterior porque me da la impresión que los grandes medios de comunicación y las redes sociales están llenas de cosas superficiales que en nada van a cambiar nuestras vidas. Considero que los seres humanos no existimos para la inercia, existimos para trascender. Pero esta es una visión que pocos comprenden: puede más la apatía y la ignorancia que el deseo de cambiar las cosas.

En fin, dejando de lado las cuestiones existenciales, tenemos que sujetar el toro por los cuernos respecto a asuntos más concretos, como el estado que guarda la administración pública local y federal, entendiendo lo local como la suma de los niveles municipal y estatal, pues ambos trabajan en una sinergia para proveer lo más básico a la ciudadanía. O al menos en el papel (las leyes) así está consignado. Empero, la realidad nos golpea y obliga a revisar con lupa qué hacen nuestros empleados: Presidente Municipal, Síndicos, Regidores, Diputados locales, Gobernador, Secretarios del Gobierno del Estado (incluyendo a subsecretarios y directores de área), Senadores, Diputados federales, Presidente de la República, Secretarios de Estado y otros tantos servidores públicos que reciben su sueldo de los impuestos de todos.

Siempre recalco eso: Peña Nieto, Carreras o Pepe Nava no son ungidos por la Providencia, sino que son empleados públicos que, aunque fueron elegidos por la voluntad popular en las elecciones, reciben sus emolumentos y demás prestaciones del dinero que todos aportamos para la subsistencia del Estado mexicano**. Más me temo que la costumbre de décadas de un solo gobierno dejó su huella indeleble en el imaginario del mexicano, en nuestra idiosincrasia, donde tenemos subidos en púlpitos a dichos empleados y los ensalzamos cuando en verdad: 1. Están ahí para desempeñar un trabajo en nombre de todas y todos; 2. Son seres humanos, como usted y yo, y como tales cometen errores y algunos se aprovechan de su posición para cometer actos de corrupción (ejemplos: los ex gobernadores Javier Duarte, de Veracruz, y Roberto Borge, de Quintana Roo).

A lo anterior quiero sumar algo que he notado al trabajar de cerca con la gente, especialmente con jóvenes: el desconocimiento casi proverbial de lo que hace cada funcionario y cómo trabaja el Estado mexicano, así como su composición y organización. Es decir, una persona promedio no sabe distinguir al gobierno municipal del estatal y mucho menos del federal. Para el grueso de la población el gobierno es uno solo y como una entidad unitaria un solo individuo carga con toda la culpa; no voy a disculpar al Presidente de la República, pero sí es deporte nacional despotricar contra Enrique Peña Nieto porque la verdad no sabemos repartir bien las culpas. A veces, asuntos como falta de recursos para pavimentación, drenaje, etcétera, son cuestión de los ayuntamientos y los estados. Además, hay un profundo desconocimiento de la labor de otros servidores como lo son los legisladores, tanto locales como federales: si usted le pregunta a un ciudadano de a pie “¿qué hace un diputado local, uno federal y un senador?” seguramente su pregunta quedará sin respuesta.

Asimismo, lo que creo más grave es que poco se sabe de nuestra casi centenaria Constitución Política; algunos sí conocen los derechos más elementales, pero no aquellos como el derecho a la información, al derecho de petición, a la vivienda y trabajo dignos, al agua, la alimentación sana y nutritiva, y muchos más. Claro que tampoco conocen que la otra cara de los derechos son las obligaciones que nos impone la Carta Magna, como votar, llevar un modo honrado de vivir, entre otros. En resumidas cuentas: con una población que ignora que los servidores públicos son nuestros empleados, que no conoce por completo sus derechos y obligaciones, no puede haber un ESTADO DE DERECHO, tema del que hablaré en una futura ocasión.

¡Hasta la próxima!

 

*La posmodernidad es, a grandes rasgos, un proceso cultural donde privan los valores del capitalismo, que ha transformado a la sociedad de forma acelerada en apenas unos pocos decenios.

 

**El Estado mexicano hay que entenderlo como la unidad entre territorio, es decir el espacio físico donde vive una determinada población que comparte raíces, cultura y/o valores e historia, y que tiene un gobierno que ejerce la soberanía. En este caso, el Estado mexicano es el conjunto de: territorio mexicano + mujeres y hombres mexicanos + gobierno + leyes (grosso modo).

 

Raúl Axel Mayorga Molina (San Luis Potosí, 1990). Estudiante de Licenciatura en Ciencias Políticas por la UNAM en la modalidad a distancia, hijo de maestros normalistas y poeta freelance.
Actualmente trabaja de administrativo en una preparatoria pública y ha sido docente de inglés en Educación Básica. Ganó el segundo lugar en el Certamen Estatal de Debate Político Juvenil 2014 organizado por el INPOJUVE y el INE. Sus líneas de investigación de momento son: transparencia y rendición de cuentas, opinión e imagen públicas, división de poderes, relación gobierno federal, estatal y municipal.
Escribe también en https://raxelmm.wordpress.com y en Twitter en @raxelmm

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