2 diciembre, 2016

EL CENIT    3

 

Muchos y muy variados hechos pueden ocurrir en poco tiempo y a ello ha contribuido la tecnología. Sobre todo, el que la información se esparza de forma rápida y tenga repercusiones locales, nacionales e incluso sea de alcance global. Me gusta imaginarme la época de la colonia cuando desde la metrópoli la Corona española mandaba las cédulas reales con órdenes para los virreinatos en América, el tiempo que tardaban en cruzar el Atlántico y llegar, por ejemplo, a la Ciudad de México y de la capital de la Nueva España a todas las provincias, al norte y al sur. ¿Cuántos meses pasaban desde una cosa hasta la otra? Y ahora, no nos vayamos tan lejos en el tiempo: hace 20 o 16 años, ¿quién no mandó alguna carta por el Servicio Postal Mexicano? Yo, por ejemplo, llegué a escribirle a mi padre, que vivía en otra ciudad, para contarle de mí (pobre de él, tener que descifrar mis garabatos infantiles). Del mismo modo, piensen cuando las parejas se separaban por cuestiones geográficas, ¿cuántas cartas de amor se escribían, con qué fervor se armaban de paciencia a la espera de un mensaje del ser amado? Más hoy todo es distinto: estamos permanentemente conectados con el mundo, con los demás, estén a dos mil kilómetros o estén en el cuarto contiguo. Estamos en varias partes a la vez, tanto en Facebook, como en Twitter, Instagram, el correo electrónico, Whatsapp, etcétera. Somos ubicuos, somos (si usted es creyente, disculpe la pequeña blasfemia) como dios. Y lo digo porque aparte de tener presencia permanente en línea, tenemos la capacidad de enterarnos de sucesos y eventos externos, totalmente ajenos a nosotros y nuestra realidad, tal y como los ahora celebres XV años de una jovencita de La Joya, del vecino municipio de Villa de Guadalupe, cuya invitación en vídeo se volvió viral e hizo la delicia de muchísimas personas de toda la geografía nacional (¿cuántas personas asistirán? Ojalá sus padres puedan con tanto colado y la chiva se la lleven sus conocidos). Esa, por un lado, es una de las aristas de esto de la perpetuidad de las redes. Ahora, hay otras que es necesario considerar.

Estar conectados siempre ha orillado a que el ser humano se desdoble. Ya lo dijeron personajes como Umberto Eco, Zygmunt Bauman o Slavoj Žižek, cuando en distintos medios y obras ha esgrimido una sola idea: nuestro “avatar” en línea nos está sustituyendo y convirtiéndose en nosotros. Es decir, el yo físico, el de carne y hueso, está cediendo su sitio al yo electrónico, al que está en Internet hospedado. La muestra más significativa de esto no son los mayores de treinta años, sino los más jóvenes, que siempre están (estamos, corrijo, para adherirme a mis contemporáneos) con el celular en la mano, con la vista y la atención obcecados en sus gadgets todo el día, toda la noche. Más no es posible, no con facilidad, dejar ese “feo vicio” que tienen los veinteañeros, los adolescentes e incluso los niños. Internet llegó para quedarse, las redes sociales lo revolucionaron y en torno a la red de redes se construyen nuevos paradigmas de organización social y política, de democratización del conocimiento, pero también de ataques a la privacidad y acoso. Sería prudente tener una equilibrada vida entre Internet y el mundo real, pero caemos en excesos y estamos todo el tiempo conectados. Incluso, aquellos que dicen no estarlo, lo están aunque sea de forma indirecta. Hoy las noticias se dan en línea, la información se mueve en Internet y cosas como la renuncia de Agustín Carstens se conocen inmediatamente cuando, en tiempos pasados, tendríamos que haber esperado días o semanas para que se supiera esto. Hoy no, en el mundo conectado a Internet todo se sabe en una brevedad de miedo. Pronto vendrá el Internet de las cosas y auguro que eso también abrirá cancha a otros menesteres como: ¿qué hago para que mi refrigerador deje de mandarme notificaciones de que ya no hay leche? Cosas por el estilo. Más no todo es miel sobre hojuelas y aunque casi el 50% de la población mexicana ya está conectada, todavía falta una gran brecha por cerrar; lo malo es que los hábitos de consumo que se han construido en torno a Internet no son sanos del todo. Habría que acostumbrar a los nuevos usuarios a hacer un uso responsable del Internet (derecho constitucional en México desde 2013) por su bien y el de todos los demás.

¡Hasta la próxima!

Raul Axel Mayorga Molina

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