El Cenit 9
Por: Axel Mayorga
Matehuala, tierra de pródigos cielos azules, con tonalidades rojizas al nacer el día y morir la tarde; sitio en el que, apenas alejándose unos 15 minutos del centro de la ciudad, el cielo nocturno nos muestra el espectáculo del universo. Hace mucho tiempo que veía el cielo nocturno y la otra noche que salí a dar un paseo pensé en todo eso, que a veces uno pierde contacto con la realidad por el ajetreo de la vida cotidiana y sus ocupaciones: el trabajo, la familia, los estudios, etc. Más, en esta ocasión, tuve la oportunidad de volver los ojos al cielo y recapitular la enormidad del mundo y lo pequeño de nosotros, los seres humanos y, sobre todo, nuestra egolatría al cerrarnos y pensar que esta esfera azul que gira en el universo no lo hace por nosotros. Muy probablemente la Tierra continúe y la raza humana se extinga de ella en varios millones (si no es que miles) de años.
En fin, toda la perorata anterior, pensará el lector que está de más y discrepo, es para señalar pues que, así como uno se desconecta de su medio vital, esto es algo que no me ocurre sólo a mí, sino a todo mundo. Personas que detentan los grandes capitales del mundo niegan el cambio climático (gente como Donald Trump, otrora hombre de negocios devenido Presidente de EE.UU.), políticos que se creen personajes omnímodos y ejercen el poder de forma unipersonal, burócratas corruptos y sin criterio, ciudadanos que violan las leyes cada día (porque así lo hace todo mundo, transversalmente en la escala social). Sí, todos o casi todos pierden el suelo mientras no vean las consecuencias de sus actos o la omisión de los mismos.
La historia, sostienen algunos científicos sociales, ha demostrado ser cíclica y ello se debe a que los seres humanos cometemos los mismos errores, una y otra vez, Nos cuesta aprender, no nos gusta hacerlo más que por la mala, cuando la vida nos golpea. Sin embargo, no es lo mismo el error de un funcionario que el de una ama de casa: por ejemplo, cuando Mao Zedong lanzó el “Gran Salto Adelante” estaba convencido que industrializaría rápidamente a China no sabiendo que, sin conseguir su objetivo, su iniciativa se llevaría por delante a varios millones de chinos.
Otro caso icónico fue el derrumbe de la URSS, que se dio de forma tan precipitada que aún a 25 años de distancia los politólogos aún debaten las formas y modos. En nuestro país no estamos exentos de hechos así: las sucesivas crisis económicas que se dieron de 1976 a 1994 no fueron obra del exterior, versión que el régimen hizo prosperar en los libros de historia de la SEP, sino de las malas decisiones de los Presidentes y sus colaboradores. Así pues, nos acercamos a un nuevo periodo en la historia, uno que trasciende a la posmodernidad y su discurso y abre cancha a la “posverdad”… una palabra muy bonita para decir mentira. Todo es una ilusión y la gente lo sabe, sólo que nos hacemos como que no porque resulta más cómodo así. Empero, esta era de mentiras sucumbirá alguna vez, esperemos que no dure mucho.
En esta “pos posmodernidad” en la que personajes como Trump arriban al poder contra toda lógica, ya no es posible predecir los eventos sociales como hace unos años. La tecnología ha hecho que los modos y formas de las Ciencias Sociales se vuelvan precarios, pues cuando estás presto a examinar un fenómeno social este ha mutado, se ha ramificado o ha desaparecido. En los tiempos de la posverdad no importa que el político que robó poquito quiera ser gobernador, porque al final de cuentas es popular y admite lo que vox populi todo mundo sabe: que muchos de los altos servidores públicos se enriquecen a costa del erario. Así pues, no resulta extraño que los menos aptos sean electos, ya no por su capacidad sino porque le endulzan mejor el oído al electorado. Pobre de Platón, quien hace varios siglos dijo que el mejor gobierno era el de los sabios o filósofos; que se siente a esperar, porque al menos en esta época no será. Ni aquí ni en otra parte, pues ni siquiera una licenciatura o hasta un doctorado garantizan que seas competente o ético y, de hecho, ya nada garantiza nada: en esta “posverdadera” realidad sólo nos resta alzar la vista al cielo estrellado, exclamar algún improperio y continuar, viendo estupefactos (acostumbrándonos quizás a ello) cómo lo que antes no ocurría está por suceder.
¡Hasta la próxima!