Por José Ismael Leyva
La lluvia de un día antes dejo la pista contenida en su propio cuerpo, sin polvo alguno; la arcilla roja de la Comunidad de Barbechos en Villa de la Paz, resaltaba el verdor de los cactus que a su paso enmarcaba la ruta del camino a seguir por los ciclistas de montaña.
Una organización que envidiaría cualquier competencia estatal se encontraba en el lugar, Meta inflable, Protección civil, bomberos, mesa de inscripción y el sonido para dar a conocer los detalles de la competencia.
El banderazo de salida dio inicio en la categoría de expertos al primer grupo ciclista, los primeros altibajos fueron un estanque con olor a gobernadora fresca, cubierta de una brisa matutina. La primer bajada técnica la dio la cumbre mas alta del estanque , media alrededor de 5 metros de altura con una hipotenusa que se proyectaba en dos direcciones la difícil, en donde debías inclinar el cuerpo, mientras con el freno derecho, poco a poco causabas derrapamientos pausados para darle dirección a la bici, y el otro; el prolongado , escogido por los que somos ciclistas precavidos o los que ya pasamos por suficientes caídas a lo largo del tiempo.
La ruta continuaba por un single track, de pequeñas curvas de bajada, hasta llegar a una subida, en su inicio, casi imposible de vencer montado en la bici, era indispensable bajarse de ella los primeros metros, ya que la pendiente y el empedrado hacían patinar las llantas de los que quisieran obstinarse con romperse las piernas, el alma y la cadena en esa subida. No había cambio en las ruedas que pudieran hacer factible subir en bici, los platos en la trasmisión terminaban para cualquiera, caminar era lo que seguía.
Después de ello la pista siguió tendiendo una pendiente suave pero prolongada. Quien sufríamos la primer vuelta con esa parte de la pista, solo pensábamos que mientra más subíamos , la ruta nos devolvería una bajada genial y prolongada, por simple lógica matemática.
Así fue la bajada prometida y fue más allá , con unos caminos anchos entre tierra obscura y lisos, pasando por arroyos empedrados, casas de campo, huertas, y corrales. Una bajada que te permitía colocar los cambios de tal manera que pudieras pedalear con una fuerza y velocidad máxima. La carrera se vivió entre el cielo y el infierno, entre unas subidas insufribles y unas bajadas placenteras; todo en una misma vuelta.
Quien un día antes se durmió temprano, y coloco su casco, guantes, lentes y bomba de aire al lado de si bici; no se sintió defraudado por esa carrera. Todo el que termino sus vueltas y cruzo por aquella meta, lo hizo con una sonrisa en el rostro. Gran trabajo del club los faisanes y de la gente que giro en torno a un deporte excepcional y único y del que pocos tienen la suerte de probar.