6 marzo, 2018

Andrea

(5/03/2014 – 5/06/2014)

Por Liz Mireles

Hace casi 4 años mi querida hermana Heidy, su pequeña hija Andrea y nuestra Tía María, murieron en un trágico accidente, víctimas de la imprudencia de un hombre alcoholizado, perseguido sobre la carretera 57 a la altura del municipio de Matehuala por la policía, quienes atendían una llamada de auxilio de la ciudadanía. Ellas tuvieron la mala fortuna de cruzarse en su camino de regreso a San Luis Potosí.

Hoy quiero irme 3 meses antes del accidente, cuando la pequeña Andrea nació. Un día como hoy, el más feliz para mi hermana. Ella había superado una situación personal muy complicada para convertirse en madre, así que esperaba con gran ilusión la llegada de su bebé. Todos en la familia estábamos contentos de tenerla entre nosotros; mis hijos conocerían a su primera prima hermana por parte de mi familia y yo sería tía. A mi me encanta cargar a los bebés, me maravilla ver la vida, me gusta sentir el apretón de mi dedo entre su diminuto puño, es indescriptible su calma cuando duermen y la enorme fuerza de su llanto. Gestar y dar a luz a otro ser humano es algo extraordinario.

Si mi hermana era hiperactiva, con la bebé triplicó su energía. Devoró en internet información sobre lactancia, reflujo, baby Mozart y todo aquello que la tenía ansiosa para ser la mejor mamá. Se organizó para volver al trabajo y en poco tiempo controló su nuevo mundo. Ella era una mujer muy determinada, con un carácter optimista. Era inteligente, hacía amigos con facilidad. Imagino las primeras noches con la pequeña Andrea y casi estoy segura que en lugar de dormirla cantándole, lo hacía hablándole, porque ella hablaba mucho, nunca se callaba. Tenía la facilidad de inventar historias, cada vez que las repetía, añadía algo al cuento. Nadie nos entrenó para la maternidad. Es un instinto el que lleva el el decidir o no qué hacer con nuestros hijos.

Tuve la oportunidad de cuidar a la bebé un par de veces nada más. Yo lo hubiera hecho toda la vida. Ella sobrevivió al accidente 5 días más. Al principio, había un poco de esperanzas, pero poco a poco fueron esfumándose. La noche más oscura de mi vida fue el día de su muerte.

Sostuve su manita fría, indefensa mientras estaba conectada a decenas de cables. Sus pestañas eran tan largas y rizadas como las de una muñeca. Me despedí de ella cuando nos dijeron que no había nada más que esperar a que su corazón dejara de latir. No había opción de desconectarla, «así lo marca la ley» fue la frase más repetida en toda la noche. Apreté también la mano de su papá, inconsolable y aturdido. Alguien me habló de los milagros, honestamente no creo en ellos.

Todo lo que siguió fue un calvario infinito de trámites donde no hay tiempo para llorar. Documentos que firmar, cuentas por pagar, llamadas por hacer, ir al ministerio público, dar declaraciones, trasladarse al servicio médico forense, rogar para que no hicieran la autopsia a un pequeño cuerpo de tres meses de edad.

Estuve a punto de irme, porque no podía resistirlo. Mis hermanas y  yo creímos importante asegurarnos que la pequeña Andrea tuviera una despedida digna después de aquella noche donde su cuerpo sin vida fue objeto de las absurdas reglas para morir. Abandonarla, hubiera sido imperdonable. Perder a mi hermana fue un golpe muy duro, perder a su pequeña hija días después, fue devastador.

Como ser humano puedo no guardarle rencor a aquel alcoholizado que provocó tan terrible tragedia, pero ante la ley y ante si mismo tiene que afrontar las consecuencias de sus actos ese día, hoy y siempre.

Actualmente, desconozco el estado del proceso en contra de Melchor Martínez Ceballos, detenido en aquella fecha. La última vez que pregunté, supe que apeló el auto de formal prisión, concluyó el desahogo de pruebas y esperaba sentencia que podría llegar a ser absolutoria.

Cuando suceden accidentes de este tipo, como tantos que salen en los noticieros; las familias de los responsables haces hasta lo imposible por evitarles la cárcel, el pago de indemnizaciones o cualquier consecuencia derivada de sus acciones. Luchan con todas sus fuerzas para volver a la normalidad y tenerlos de vuelta en sus casas como si nada hubiera pasado. Las víctimas son olvidadas y en muchos casos juzgadas.

Ninguna acción legal contra el responsable me regresará lo que perdí ese día, pero recordarle los nombres de ellas  y todo aquello que destruyó es la manera de preservar su recuerdo, no dejaré que el tiempo olvide las consecuencias de aquello con lo que tiene que vivir.

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