EL RINCÓN DEL MAGO
El laberinto de la mortandad
Abelardo Medellín Pérez.
No hay final más feliz y certero, que ese que nos espera a la vuelta de la vida. Han pasado siglos, ya no enterramos a los nuestros con una máscara ideal para el paraíso, ya no tienen dentro de las criptas el poderoso espejo, hemos sido una mezcla forzosa generada por el barroco legado de nuestros ancestros. Ancestros que estaban acorralados: por un lado, el nuevo mundo español hambriento de poder, y del otro, el universo indígena reducido al silencio.
¿Qué nos queda? La muerte, es claro. No hay razón para pensar que esto es rendirse o suponer el vencimiento cultural, para nada, mantener la muerte como estrella central de nuestra cultura es imponer la tradición mexicana sobre todo cualquier aporte europeo. Sí, no somos los únicos que adoraban a la muerte, pero somos especialmente reacios a aceptarla como negativa o definitiva, esa es la virtud y talento mexicano.
Estamos seguros que este triunfo de la tradición funesta sigue presente por una sencilla razón: nuestras letras. Con el espíritu de estos mágicos días entre octubre y noviembre, revisemos con gusto algunas de las ideas que las plumas más finas y certeras de la tierra tricolor ha producido.
De inicio, la meta de todo escritor debe verse reflejada en la triada de temas necesarios que propone Jorge Luis Borges: muerte, amor y espejos. En nuestro país, esta triada es respondida fusionando cada elemento en un crisol festejado en los primeros días de noviembre. Tenemos a la raza de bronce cubriéndose el rostro entero, o en fracciones, con la creación fantástica de Guadalupe Posada: todos imitando a la muerte con una calavera pintada, asemejando al catrín y la catrina. Después tenemos la unión de amor y muerte con este enamoramiento que expresamos al recuerdo de los que se han ido. Así de simple es descubrir porque nuestros escritores terminan siempre utilizando la muerte como el protagonista y espacio de sus cuentos e historias.
Mas… ¿qué nos dicen nuestras letras sobre la muerte?
¿Puede la muerte seguir siendo, como para nuestros antepasados, una segunda vida?, un destino más, al cual nuestros difuntos corren sin prisa y sin aviso para continuar viviendo al menos en alma o mente. Eso es lo que proponen los “Tzotziles” en la biografía que expone Ricardo Pozas. ¿Debemos seguir procurando al muerto como si fuera un vivo que regresará o volveremos a ver?:
“Levantó la tapa de la caja y el chamarro negro con que iba vestido mi padre, y debajo puso, en el lado derecho, los ataditos con el <<pozol>> y las tortillas, y le dijo: <<eso es para que comas en tu viaje, es tuyo guárdalo bien, no vayas a dejar que nadie te lo quiten>>.”
¿Puede llegar a ser la muerte un mal entre patriotas?, como propone Mariano Azuela en “Los de abajo”. ¿Es esto?, un daño interno del país. Una muerte solo mexicana, única e inexportable. Que solo puede ser realmente infringida en suelo mexicano. Solo las tumbas en la tierra Azteca son veneradas. Nunca olvidando que, aquel “hermano hombre” del que hablo Cuauhtémoc, es nuestro eterno verdugo y, seguramente, el último en recordarnos. Una maldición que nos persigue desde la revolución, donde la leva y los intereses equivocados convirtieron a México en una moneda sin valor, cuyas caras peleaban hasta la muerte sin ver como cercenaban el mismo país, el mismo brazo, mataban a los mismos hijos. Una historia de muerte entre hermanos:
“Demetrio derrama lágrimas de rabia y de dolor cuando Anastasio resbala lentamente de su caballo, sin exhalar, una queja, y se queda tendido e inmóvil”.
“De repente Demetrio se encuentra solo”.
Puede que sea la muerte solo la última experiencia humana, el final lógico de todo lo que vivimos en la vida terrenal los mexicanos. Entonces podemos decir que se vuelve la vivencia finiquita de cada hombre por separado, nadie más que el difunto siente está pérdida del suelo y de la carne. Cada quien la sufre de maneras muy diversas, y muy diversas son las formas en que cada cual entiende su propia finitud. Tal y como propone Carlos Fuentes en “La muerte de Artemio Cruz”, algo así como una muerte egoísta:
“se detendrá… se detuvo… tu silencio… tus ojos abiertos… sin vista… tus dedos helados… sin tacto… tus uñas negras, azules… tus quijadas temblorosas… […] te traje dentro y moriré contigo… los tres… moriremos… Tú… mueres… has muerto… moriré.”
Quizá, como muchos pensamos, la muerte sea una locura y calvario sufrido por los que se han quedado. “Siento más tu muerte que mi vida”, dice Miguel Hernández, poeta español. Un castigo únicamente entendido por los vivos que batallan contra el vacío dejado por el difunto. Así, puede que este vacío, se inunde con demencia para propiciar más muerte. La evidencia de esta locura de ultratumba es evidenciada en “El Zarco”, de Ignacio Manuel Altamirano:
“Manuela se cubrió la cara con las manos […], y después se llevó las manos al corazón dio un grito agudo y cayó al suelo. […] Dos soldados fueron a levantarla, pero viendo que arrojaba sangre por la boca y que estaba rígida y que se iba enfriando, dijeron al jefe:
– ¡Don Martín, ya está muerta!
– Pues a enterrarla-…”
Igual y la muerte es una súplica eterna que hacemos a la vida, para que no nos deje ir con tanta facilidad, hasta que se nos acaban las fuerzas o la vida misma nos descuida. Una petición tanto al mundo fantasmal como a los vivos a nuestro alrededor. Viviríamos entonces pidiendo constantemente. Rogando que nos salven, rogando por más tiempo, rogando quizá sin pedir nada en realidad, sería la única cosa presente desde la vida hasta la muerte. Si esta suplica no se cree real, solo hay que voltear a las palabras de Juan Rulfo y descubrir como el mexicano, desde el tiempo revolucionario hasta el tiempo imaginario de sus historias, ha pedido estar y no estar muerto:
“Pedro Páramo respondió: – voy para allá. Ya voy. […] Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra.” (Pedro Páramo).
“- ¡Mírame, coronel! – pidió él -. Ya no valgo nada. No tardo en morirme solito, derrengado de viejo. ¡No me mates…!” (El llano en llamas, << ¡Diles que no me maten! >>).
“- Bájame -. Su voz se hizo quedita, apenas murmuraba: – Quiero acostarme un rato -. -Duérmete allá arriba. Al cabo te llevo bien agarrado.” (El llano en llamas, << No oyes ladrar los perros >>).
Aunque, después de muchas reflexiones, y como muchos otros temas de la cultura mexicana, habría que recurrir a la pluma mexicana nacida justo en medio de la revolución: Octavio Paz. Paz nos habla de la muerte como una visión diferente de la vida… como una extensión de nuestra respiración en un lugar que nadie conoce hasta llegada la hora. Es una fiesta, porque la conmemoración es para los políticamente correctos y los que no saben festejar. Celebramos al connacional que se fue, pero que seguro volveremos a ver en los altares, en los recuerdos, en las ofrendas, en los caminos de cempaxúchitl, en las calaveritas compuestas al aire dentro de las cantinas, en el fondo de una botella triste. Su recuerdo es nuestro motivo de celebración, porque el luto no dura nada comparado con la alegría que extraemos del recuerdo.
“Nuestro culto a la muerte es culto a la vida, del mismo modo que le amor, que es hambre de vida, es anhelo de muerte. […] En el alarido de la noche de fiesta nuestra voz estalla en la voces y vida y muerte se confunden; su vitalidad se petrifica en una sonrisa: niega la vejez y la muerte, pero, inmoviliza la vida.” (El laberinto de la soledad).
Ya no hacemos caso a los dioses de la muerte que con tanto ahínco nos rogaban el sacrifico al punto de hacer, la cultura azteca, una civilización con bases en el consumo sacrificial. Brincamos este puente de la forma más violenta. Ahora, la muerte sigue rodeando a México, nosotros la traducimos, ella solo se presenta. ¿Cuál es la nueva cara de la muerte mexicana?, ¿es acaso una cultura tradicional que se pierde con la facilidad con la que las nuevas generaciones cierran una pestaña y abren una página?, ¿está la cultura de la “mortandad alegre” en peligro de desaparecer como han desparecido otros hitos de nuestra sociedad cultural? ¿O es la muerte el nuevo lenguaje del poder, condenando a votantes y periodistas a sufrir bajo el yugo de esta nueva Necro-política que solo ve soluciones en la fuerza contra la opinión pública y la violencia como salida fácil? No lo sabemos, o al menos nos va a tomar más tiempo de lo pensado conocer la opinión de los nuevos Cortázar y Fuentes, de los compañeros en letras de Rulfo y Altamirano. Espero con ansias, y todos lo hacemos, leerlos pronto, conocer el rostro y figura de la muerte moderna. Sobre todo, se espera que las nuevas letras en boga, nos enseñen un camino más claro para superar a México: nuestro laberinto de la mortandad.
“La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida.” – Octavio Paz.