EL VIDEOCLUB
28 noviembre, 2017

EL VIDEOCLUB

 

Por: Liz Mireles

 

 

…Tengo un viejo loop reproduciéndoce en mi cabeza cada que pienso en la primera película que vi. Fue una de Cantinflas: “Por mis pistolas”. Mi papá había comprador una videocasetera pero no había videos donde rentar. Fuimos a casa de algún amigo suyo y nos prestó o tal vez nos rentó algunas.

 Metidos todos en la cama de mis papás, con las luces apagadas, botanas, dulces y refrescos a la mano, cobijados porque seguramente hacía frío dimos play. Fue algo bonito. De las cosas que antes nos asombraban. No sé si de ahí le surgió la idea a mi papá…

 

Mi primer trabajo fue en el videoclub de mis papás. Aprovecharon la cochera y la convirtieron en local después de haber probado suerte en otras ubicaciones, al final, el mejor lugar fue nuestra propia casa al lado de la miscelánea.

Todos teníamos turnos para cuidar el vídeo. Abríamos por la tarde de 5 a 9 p.m. y los fines de semana. Yo estaba en secundaria y aprovechaba los tiempos muertos para hacer la tarea cuando me tocaba estar ahí. Mi hermana menor Heidy –qepd- a veces bajaba a ayudarme, pero era tan despistada. Una vez, llegó una persona a inscribirse, no llevaba identificación, ni documentación alguna. Se aprovechó de ella y en menos de 2 minutos se llevó más de cinco películas bajo el nombre de John Brandy Presidente. La pobre no tenía idea de lo que había pasado y orgullosa me decía que mientras yo iba al baño ella ya había hecho la venta del día. Al día de hoy, ese personaje es un misterio. Su nombre quedó registrado en el gran libro de socios con ese nombre tan falso.

No recuerdo con exactitud el año en abrimos, era uno de los primeros videoclubes del pueblo. En Matehuala hay muchas familias de migrantes, el traer aparatos electrodomésticos desde vecino país del norte era y sigue siendo una cosa cotidiana, así, podían encontrarse televisiones, microondas o videocaseteras en la mayoría de las casas. Lo que si recuerdo con alegría eran los viajes a San Luis a las tiendas de los distribuidores de películas en formatos Beta y VHS. Tengo esa imagen de estar tumbada junto con mi hermana sobre la alfombra de unas oficinas, viendo posters y leyendo reseñas de unos engargolados mientras mis papás hacían la selección de las películas.

Cada vez que íbamos había tantas que era difícil decidir, armaban paquetes muy variables donde incluían diversos géneros. La mayoría de ellas eran films hechos para televisión. Gran parte de procedencia estadounidense, también había cine mexicano, películas infantiles, tres equis y por supuesto los estrenos hollywodenses del momento. Los géneros de acción eran los más solicitados, cuando Harrison Ford, Mel Gisbson, Meg Ryan o Kim Basinger  eran estrellas de cine.

Era toda una novedad! El primer fin de semana se agotaron casi todas las películas de los estantes. Teníamos uno sobre cada pared y esa misma semana mi mamá mandó hacer un mueble para ponerlo al centro del espacio, con vista hacia ambos lados. Los posters los pegábamos en las paredes y al frente del mostrador, algunas compañías invertían en displays de cartón y  colgantes que lucían muy llamativos. Tal vez de ahí surgió mi vocación de diseñadora. Detrás del mostrador se construyó un mueble de madera para ordenar las películas inventariadas del 01 en adelante. Dice mi papá que llegamos a tener alrededor de mil películas.

Admito que había algo que me daba mucha flojera: regresar las cintas. Comenzamos a cobrar una amonestación por no entregarlas regresadas pero al final del día la gente prefería pagar. El sonido de la regresadora es tan vintage que me hace sentir algo vieja.

Mi papá era el soporte técnico. Arreglaba las cintas cuando llegaban a dañarse. Las limpiaba con un kit raro que compró, servía para darles mantenimiento y alargar su vida útil. También me tocaba armar las cajitas que servían de funda para las películas. Las portadas originales no las prestábamos porque la piratería ya hacía de las suyas, aún así no dudo que alguien haya hecho copias de alguna cinta que le fascinara ver una y otra vez, como la del payaso Bozo –que no es lo mismo que Brozo- que le encantaba a mi hermana pequeña y la veía sin parar y yo no entendía por qué. Años después, mi hijo mayor cuando tenía 4 o 5 años rentaba la misma película siempre que íbamos al vídeo y no podía más que acordarme de aquella vieja película que tanto gustaba a Elvia.

Teníamos clientes frecuentes. Había un señor que cada tercer día pasaba a regresar y a rentar una película. Iba en una moto y llevaba un casco tan grande para su complexión que no dudamos en llamarlo Hormiga Atómica. Mi hermana Heidy no podía contener la risa cada que llegaba y corría hacia adentro a esconderse a morirse de risa ella sola. Elegíamos películas para verlas juntas, a ella le gustaban mucho las comedias. Yo prefería la ciencia ficción, pero ambas odiábamos las de terror. Era chistoso que me pidieran una recomendación dada mi edad pero los clientes siempre confiaban en mi criterio y llevaban su película. Algunos al regresarla hacían su crítica y así nosotras teníamos un poco de más idea de lo que iba. Algunas personas que vivían en rancherías cercanas, se llevaban de 10 a 15 películas y a su vez, las rentaban en sus comunidades, se convirtieron de cierta manera en nuestros distribuidores.

La gente adoraba ver películas, más aún en familia, en nuestra pequeña ciudad donde sólo había un par de cines. La llegada de los videoclubs ayudaban a conocer otras ciudades o culturas a través de las imágenes, se disfrutaban los momentos, se quedaban ideas implantadas de sueños locos, daban ganas de viajar, de peinarse como Geena Davis o vestirse como Marty McFly.

Fueron buenos tiempos, sólo de recordarlos me hacen sonreír. Tuvimos que despedirnos del vídeo años después de habernos mudado a San Luis. Cuando las cosas ya no podían controlarse desde lejos. Pero fueron sin duda, experiencias enriquecedoras que dejaron en mi el gusto por el cine, las alfombras rojas, las precuelas, secuelas, trilogías y remakes que hoy día apuestan por la nostalgia porque aquellos años son difíciles de dejar atrás.

 

Mi nombre es Elizabeth –Liz- Mireles, soy originaria de Matehuala, allá nací y crecí mis primeros años de vida, tengo recuerdos muy felices de mi infancia.

Tengo más de veinticinco años que salí de Matehuala. Vine a San Luis con mis padres con la ilusión de volver algún día, pero con el tiempo, las cosas cambian, los planes se vuelven a trazar y la vida toma otro rumbo.

Agradezco a Arco Informativo, este espacio para compartirles algunos textos basados en mis recuerdos que tal vez estén un poco desacertados por momentos, parecidos a las fotos con filtros, pero que han sido un salvavidas al que me aferro para seguir haciendo de la vida una experiencia maravillosa.

 

 

 

 

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