Entre el maltrato y la discriminación.
Breves memorias de las mujeres teenek
Por Imelda Aguirre Mendoza
Micaela, mujer teenek de la sierra de Aquismón, San Luis Potosí, tenía doce años cuando salió a trabajar por vez primera fuera de su comunidad. Estuvo laborando como empleada doméstica en Ciudad Valles y de ahí su “patrona” se la llevó a la Ciudad de México. Aquella mujer la golpeaba. Después de varios años Micaela decidió abandonar a la “patrona” y buscar empleo en otra casa para así reunir el dinero con el que podría regresar a Ciudad Valles y después trasladarse hacia Aquismón. Ya con veinte años de edad Micaela volvió a probar suerte como empleada doméstica, primero en Matamoros y después en Ciudad Mante. En todas las casas donde trabajó, recibió malos tratos por parte de los “patrones”.
Francisca, otra mujer teenek, emigró a Monterrey cuando tenía quince años. De eso han pasado veinte años y aún recuerda claramente que se fue por “necesidad” y sin saber hablar mucho el español. En aquella ciudad consiguió empleo como trabajadora doméstica en una casa donde nunca le llamaron por su nombre, se referían a ella como “la india”. Había días en que le pagaban cuarenta pesos por trabajar desde la siete de la mañana hasta las diez de la noche. Un día Francisca se quemó el brazo con el vapor de la olla, “y no me hicieron caso, no me dejaron ir al doctor”, menciona. Dicha situación fue crucial para decidiera regresar a su comunidad de origen.
Doña Cecilia, anciana teenek de setenta años, cuenta que cuando era niña, las mujeres evitaban saludar a los desconocidos que se encontraban en los caminos, “nada más iban agachadas, como mirando las piedras”. Ella explica que las mujeres no saludaban porque sus esposos las regañaban, pues les estaba prohibido hablar con otros hombres. En tiempos actuales a las mujeres teenek se les prohíbe asumir los cargos de mayor jerarquía dentro de varias comunidades, “para eso hay muchos hombres”, me señala un varón, y continúa: “no podemos dejar a una mujer como autoridad principal porque hay bastantes hombres para servir. Los hombres de aquí no podemos dejar a las mujeres porque somos muy celosos, no queremos que la mujer se salga y cuando llega tarde, pensamos otras cosas”.
Cuando doña Aparicia era niña, le tenía miedo a los mestizos, entonces se escondía porque, como ella dice: “pensaba que nos iban a pegar, a golpear, nos escondíamos detrás de las matas de árboles”. Aparicia, mujer teenek de unos sesenta años, aprendió a hablar español cuando entró a la escuela, ahí se dio cuenta que mucho del miedo que le tenía a los mestizos era porque no entendía su idioma. Los maestros le hicieron ver que hablar la lengua teenek, “no estaba bien”, que en la escuela solo ocuparía el español y que “hablar el idioma” era motivo para la discriminación que “los de razón” perpetraban hacia los indígenas. Decidió que cuando fuera madre no les enseñaría a sus hijos “el idioma”, esto para evitar que fueran sujetos de burlas y malos tratos por parte de los mestizos. Y así ocurrió, sus cinco hijos entienden muy poco el teenek y solo se expresan en español. Sin embargo, siguen siendo vistos como “indígenas huastecos” por aquellos que se piensan como “gente de razón”.
Doña Macaria, anciana de unos ochenta años, explica que el motivo principal por el cual le temía a los mestizos, además de desconocer su idioma, era porque “en aquellos tiempos, los comerciantes de razón llegaban a las comunidades a abusar de las mujeres, por eso corríamos, para que no nos agarraran”.
Micaela, Francisca, Cecilia, Aparicia, Macaria y un sinfín de nombres, todas mujeres teenek con historias atravesadas por experiencias de maltrato y discriminación, maltrato por parte de los varones de sus comunidades, discriminación y vejaciones por quienes se dicen “gente de razón”, historias que nos recuerdan que el ocho de marzo, “día internacional de la mujer”, no se puede conmemorar -ni mucho menos celebrar- en contextos donde ser mujer, y ser mujer indígena, sigue siendo el principal motivo de exclusión.