LA ZARCO
Por Liz Mireles
Los últimos años que pasé en Matehuala los viví en la secundaria. Me levantaba antes que nadie en la casa, me bañaba, me vestía con el clásico uniforme de escuelas secundarias federales, falda gris, blusa blanca, suéter y calcetas verde bandera; recogía mi cabello en media coleta y bajaba a la cocina; mi madre me dijo que a partir de ese momento yo tenía que hacer mi propio desayuno y lonche porque ya estaba grande. Cuando estaba lista despertaba a mi papá para que me llevara. A veces, cuando era invierno todavía estaba un poco oscuro, no había horario de verano. Entrábamos a las 7:20 a.m. No entiendo por qué no a las 7 o a las 7 y media.
Entre la plantilla de maestros estaba mi Tía, la maestra Carmen o Carmelita o la Miss Gallegos, siempre que la veo me siento como en aquellos años, su voz, su letra, su escencia sigue igual, con una enorme vocación más de enseñar, de ayuda, de escuchar a más de mil jóvenes que ingresaban cada año. A mi me daba un pavor ser su alumna, las expectativas de mi madre siempre eran muy altas, yo misma me exigía mantener un nivel de excelencia y mi Tía era para mi un ejemplo de gran constancia y dedicación; ser su alumna era algo que deseaba mucho. Me inscribí en el Taller de Taquimecanografía; de la parte de la taquigrafía no recuerdo nada, pero la otra mitad de la clase donde escribíamos palabras homófonas me encantaba, desataba historias en mi imaginación, me gustaba jugar con su sonido y significado diferente, era un ejercicio muy divertido. A ella le debo mi gusto por la ortografía.
Su estilo muy particular de tratar a los alumnos, la hacían una de las maestras más queridas de la secundaria. –Cuidado con las torceduras mortales – les decía cuando aplicaba examen y sorprendía a algún alumno torcerse lentamente para copiar.
–Échate un rayil – decía cuando los márgenes estaban chuecos. Sus frases sacaban sonrisas.
Recuerdo con cariño a los maestros como El Profr. Francisco Flores, la maestra Natalia, la profesora Carmen Eguía, el Profe Morgado, el maestro Chávez de Biología o el maestro Gaona de Matemáticas; confieso que nunca disfruté ninguna clase de Educación Física, no es nada personal pero esa materia la odiaba; nunca pude golpear un balón de voli sin sentir dolor, nunca pude correr con velocidad para hacer un triple ni mucho menos formar parte de una pirámide; me gustaba más conocer las medidas de las canchas y los reglamentos de los deportes. Recientemente le pregunté a mi Tía qué maestros habían fallecido y con tristeza leí una larga lista de nombres, los recordé a todos.
Cuando pienso en la secundaria, me imagino en medio del patio principal a la hora de los honores (cosa que ya no se hace) donde siempre había un desmayado. Recorro en mi mente los pasillos, los edificios fríos rodeados de jardines, entro en los salones de clase grandes y llenos de mesabancos. Me detengo en el salon de 2º D donde una vez hicieron un concurso para ver cuál era el salón más limpio y todos relucían brillantes y ordenados. Teníamos dos recesos y eso me encantaba. Habría de ser así en todas las escuelas y en los trabajos. Comprar algo en la cooperativa era toda una hazaña. Salgo por la puerta de atrás, caminando a contraflujo de los autos, es un reto, hay que caminar por abajo de la banqueta, ver la molestia de los conductores al reducir su velocidad. Paso por la casa de Doña Higinia, era obligatorio comprar un helado, cómo olvidar ese sabor de vainilla o chocolate, son sabores que me quiero llevar, deberían estar enlatados, para al abrirlos, tener la sensación de estar de nuevo ahí. Yo me sentía feliz porque eran 2 o 3 cuadras que caminaba al lado de mis amigos completamente sola hasta encontrarme con mi madre quien me esperaba algunas calles arriba.
Conocí grandes amistades, me enamoré también. Sonaré algo vieja al decir que eran otros tiempos, éramos más tranquilos, preocupados por el futuro. Hay sin embargo, historias durísimas que obligaron a muchos a dejar la escuela, incluso la ciudad. En el último año me despedí de mis primos Joel y Ricardo –qepd-. ¡Ellos eran dinamita pura! Un torbellino de travesuras, humor, pero sobre todo, un apoyo incondicional, recuerdo a mi primo Joel defendiéndome siempre, haciendo chistes de los maestros, imitándolos, es un genio del humor. Los vi partir a los Estados Unidos con gran tristeza, a empezar una nueva vida. Ellos como muchos de los que conocí en esa época, ahora están allá y se les extraña.
La Zarco, es uno de mis recuerdos favoritos.
¿Tú recuerdas algo de esa época?