26 diciembre, 2017

Navidad

Por Liz Mireles
Los recuerdos son pequeños clips de nuestras vidas. Nuestra mente los clasifica: objetos, personas, emociones, olores, ruidos, sabores, detalles, voces, texturas. Hay recuerdos guardados muy dentro, tal vez están ahí porque forman parte de nuestra identidad. Como aquel Santa Claus tras el cristal de la Barata, saludando en el escaparate. Cuando lo íbamos a ver, sabía que ya eran fiestas navideñas. Hacía frío, éramos pequeñas. Mi papá siempre nos llevaba y le saludábamos emocionadas desde lejos. Después íbamos a casa de mi Tía donde mi hermana y yo esperábamos la llegada de nuestros primos que viajaban desde Xalapa. Me encantaba verlos y jugar con ellos mientras nuestros padres se reencontraban y pasaban horas y horas platicando. A veces nos quedábamos dormidos en el sillón. Yo esperaba con mucha emoción esa época del año.
Había posadas en la calle. Se rezaba dentro. Casi en automático repasábamos los cinco misterios; cantábamos, nos formábamos para romper la piñata, estábamos atentos para recoger los dulces del suelo, aferrándonos a las naranjas, a las partes rotas de la piñata. Estos recuerdos me provocan infinita nostalgia, muchas ganas de revivirlo sin poder hacerlo porque los años pasan, las personas, los lugares, las costumbres, el contexto; todo cambia. Los niños que fuimos han crecido, algunos se han ido, otros olvidaron.
Visité mi casa, donde la araucaria que crece en el patio permanece alto y paciente. Había hojas secas por todo el patio, crujían al pisarlas. La pared antes me parecía altísima, ahora se me hace tan pequeña. Desde arriba se ve la casa donde crecí, los árboles que la resguardan, pájaros y gatos que buscan refugio. Mi habitación nos recibe a todos y aunque sus paredes están desnudas, la calidez que brinda es acogedora; la vista al parque me recuerda las tardes con mi hermana. La escuela de enfrente donde jugábamos con los vecinos y afuera siempre el ruido de los autos, el teléfono de los taxis sonando a lo lejos, la fábrica de refrescos al lado comenzando a trabajar desde temprano; toda esa combinación de sonidos, espacios y sensaciones, me llenan de paz cada vez que voy.
A mí me gusta seguir viniendo aunque sea un par de días, puedo enseñarle a mis hijos mis lugares favoritos, sentir la transición de esas costumbres que se arraigaron profundamente en mi ser; aquello que me da esperanza en los momentos difíciles, las risas, el olor de la comida, la voz de mi madre cantando alegremente acompañada de la guitarra; el murmullo en la cocina, las historias repetidas de mi abuelo, las luces, las velas, los regalos en el nacimiento, los abrazos, la familia, los buenos deseos…
Todo vuelve a mí el 24 de diciembre.
Volvemos muchos a nuestros destinos, coleccionando un nuevo recuerdo, año con año. Sembrando en las nuevas generaciones el amor por compartir en familia. Felicidades a todos lectores. Que sus deseos se cumplan…

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