De cempazuchitl a cempasúchil
Por Samantha Torres
Pasan los días sin que nos percatemos de todo lo que sucede en sus horas, mucho ha cambiado desde la última columna que escribí, he crecido y espero que a usted le pase lo mismo, mi querido lector.
De entre todo lo acontecido, cabe resaltar que el día de muertos vino y se fue hace apenas una semana, toda nuestra nación se cubrió del olor a cempasúchil, cada pueblo celebró a su forma y escribimos calaveras y recordamos a los que ya no están, algunos incluso nos dimos a la reflexión de que en un tiempo (solo la muerte sabe cuándo) también formaremos parte de los altares familiares, qué increíble es esta época del calendario nacional, por no decir de la idiosincrasia mexicana.
Hablando de lo mismo, tuve la oportunidad de viajar en la primer semana de noviembre a la huasteca potosina, comí tamales en hoja de plátano, disfruté de las comparsas o bailes tradicionales de origen prehispánico que como muchas tradiciones indígenas, se cristianizó a la llegada de los españoles y que terminó por fusionar dos mundos, (cosa que queramos o no, sigue y seguirá pasando, conforme la globalización avanza nos homogeneizamos, pero mientras termine de suceder, valoremos lo que nos hace nosotros mismos) sorprende el pensar que nuestro país sea tan vasto, tan profundo y tan diverso, conviene entonces no vivir encerrado en nuestro mundo personal, favorece más si salimos, si viajamos y si leemos sobre otros lugares, otros contextos y ¿por qué no? otros mundos que habitan nuestra misma nación.
¡Parecemos extraterrestres! escuché en una ocasión decir a los niños, y tienen razón, porque, si cada individuo es un mundo, cada pueblo es un universo, seamos pues viajeros interplanetarios sin salir de México.