17 abril, 2018

Sueño

Por: Liz Mireles

Una amiga me compartió una vieja fotografía de mi hermana Heidy, ella murió hace casi 4 años, muy joven, en un momento de su vida donde se le veía plena. Publiqué la foto en mi face personal empujada por el subconsciente. La noche anterior soñé con ella, en realidad soñé que una enorme ola inundaba la calle por donde caminaba.

Sentí que estaba un paso atrás de mi, sin embargo, no me alcanzaba. No había gente, el agua no se metía a las casas, simplemente me seguía, si giraba en una esquina volvía a acecharme, no sabía hasta cuando me perseguiría. Aceleré el paso, después despacio, por momentos permanecí desinteresada; traté de esconderme dentro de una tienda, inmóvil al lado de un maniquí, pero la ola me esperaba afuera, parada sobre ella misma, con la espuma en lo alto de su cuerpo. Crucé la calle y me metí al colegio donde estudié de niña, creí que estaba solo pero fugaces siluetas se movían entre los sonidos atrapados del recreo; pude esquivar un balón que cruzaba el patio, me metí al salón de sexto que daba a la calle y la ola aún me esperaba afuera. Salí de ahí y me caminé hacia abajo, un poco más despacio, algo cansada. Noté que ella también estaba agotada. Me detuve, volteé preguntándole:

-¿Por qué me sigues?

El silencio me permitió escuchar el vaivén del agua, era tan alta que su sombra se proyectaba por encima de mi; dentro, se veían caracolas y pequeños cangrejos, también pude ver labios de pescado que hablaban, estrellas, granitos de arena dentro de relojes, medusas, barcos de papel como los que recorrían la calle Hidalgo inundada después de la lluvia, tenía también en su interior la fotografía que me habían hecho llegar esa tarde. La ola de pronto tuvo voz, soltó una carcajada y me dijo:

-Qué feliz estaba esa tarde ¿recuerdas?

Comenzamos a platicar de cosas que ahora, por más esfuerzo que hago no recuerdo por completo, sólo fragmentos. Yo me sentía contenta, la veía igual que en la foto, casi niña, sonriente y llena de luz. Con sus labios rojísimos haciendo juego con el pantalón que a veces compartíamos porque nos encantaba el color. De niñas dormíamos en la misma habitación, de adolescentes nos separamos pero vivíamos una en el cuarto de la otra. En algún momento comenzó a cambiar. Se enojaba con facilidad, nos gritaba y se encerraba. Su luz se apagaba, yo no sabía cómo ayudarla, sólo permanecía a su lado. La terrible época pasó y la vida nos empujó a crecer. Terminamos de estudiar, encontramos trabajo, pareja; cumplimos 30; nos hicimos tías.

La ola cayó sobre mi…

Sabor a sal.

Recuerdo haber despertado tranquila, contenta, como si en verdad hubiéramos estado juntas, no pude más que sentarme frente al monitor y escribir esta historia, onírica y fantasiosa; melancólica y sentida. Un poco como ella: espontánea e inexplicable.

 

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