Tomamos, nos carcajeamos y ya nos vamos…
Por Alejandro Contreras
Como un gran ejército que fue a la guerra, más por necesidad que por otra razón heroica, regresan a sus tierras los potosinos, se reúne la familia con sus hijos, hermanos, soñadores de otro tiempo, héroes del presente. Se preparan los hogares, la familia se esmera en las festividades de diciembre, la alegría se vende, todos la intentan comprar.
En esas reuniones se ponen al día ¿Quién se murió? ¿Quién tuvo un hijo? ¿Quién se enfermó? Y ¿Quién quiere aventarse? (de candidato, no me endilguen fantasmas) Ruedan las lágrimas de algunos familiares. La nostalgia de ver el pueblo cambiado tiene un peso indescriptible, soñamos con mejores cosas para nuestra población, nos duele no estar ahí para verlo, y para los que se quedan duele que no estén los seres queridos para ver.
Me levanto el 1 de Enero del 2018 (no salgan con sus cosas de, sorpréndeme 2018, que el 2017 nos pegó muchos sustos y tristezas, y yo no le perdono algunos) me levanté a las 9:35 a.m. una cortina hecha de neblina cubría la selva de la huasteca potosina, ese día, después de levantarme me dirigí al patio de mi casa; en la entrada, descansaba en el olvido, una lata de cerveza, después de verla me acerqué a ella, estaba llena, la destapé y le tiré el líquido en la calle; escuché un quejido cerca que después se convirtió en una voz, “no la tires hijo, dámela” decía un hombre sentado en el suelo cerca de la entrada, el hombre mantenía toda una trayectoria en el alcoholismo, tenía unos 40 años de servicio en el alcohol y por esos años de trabajo, reclamaba el objeto derramado, ¿era suya?, le pregunté, ¡de quien haya sido!, me contestó con el profesionalismo de un borracho, no la desperdicies, y remató, ¿o a ti te sobra el dinero, para andar desperdiciando las cosas? Más que una pregunta se manifestó en él, un reclamo, un reclamo contra la sociedad, un reclamo contra sí mismo, él dice que no es el culpable, él es una víctima, yo agrego aquí, efectivamente es una víctima, pero de sí mismo, él continúa, le reclama a la diferencia de “clases sociales” de un pueblo chiquito ( 3000 habitantes, quizá) y en un alarido que se pierde entre dos cerros exclamó , ¡A Rubén Puente nadie en el pueblo lo quiere!, ¡no somos nada los Puente Rincón para la gente de este pueblo! Y se apaga con un grito ¡Ajua!, todos se ríen de él, unos se identifican con sus palabras, pero se lo guardan, nadie descifra el mensaje que guarda este borracho con doctorado, el alcohol no es el problema, el problema son los problemas, el alcohol es su escape.
El borracho afuera de mi casa comenzó a balbucear, estaba a punto de retirarme, pero lo vi tomar con su mano derecha una botella de caguama ya vacía, pensé que la aventaría y me preocupé por la gente que pasaba, lo que ocurrió después me sorprendió y dibujó en mí una ligera sonrisa, con sus dos manos empuñó la botella como si fuera una espada y dijo, yo voy a proteger el pueblo, pensé para mis adentros, este hombre piensa enfrentar a sus demonios con una caguama en sus manos como espada. El hombre intentó ponerse de pie, pero los demonios y el alcohol en esta ocasión le jugaron en contra, a veces así pasa con los vicios. No se pudo poner de pie y se soltó en llanto, habló de un amor que lo dejó y un reino que perdió, habló de todos los guerreros de palo que venció para luego convertirlos en leña y venderlos para lograr comprar aguardiente y emborracharse en su heroísmo.
Soltó quejidos, y cayó fulminado, la miseria del hombre atravesó su corazón y le quitó el amor, al mismo tiempo le arrancó todos los buenos recuerdos de su mente. El hombre lloró sin restricciones y a mi mente vino de golpe la siguiente cita de Dante Alighieri “no hay mayor dolor que recordar los tiempos felices en la desgracia”.
Pensé que aquí se acabaría esta fugaz historia, pero en ocasiones el destino trae un premio mas grande o un castigo mayor (con el destino mejor no nos metemos), pasó su hijo por él, un muchacho que se fue a trabajar a Monterrey para vivir el sueño regio, el muchacho también estaba ebrio, en una mano llevaba una cerveza de lata y en otra una maleta, pasó y se despidió, ya me voy apa´.
En el fondo de esta historia se escucha un fragmento de la canción “lamento Borincano”
«Pasa la mañana entera sin que nadie quiera su carga comprar, ay, su carga comprar. Todo, todo está desierto, y el pueblo está lleno de necesidad, ay, de necesidad».