Vieja historia de amor
24 julio, 2018

Vieja historia de amor

Por: Liz Mireles

Si ya hablé de mis amigas, no puedo dejar de mencionar a mis amigos. En especial de aquellos que recuerdo con cariño. Todos hemos tenido un primer amor, el mío apareció justo cuando dejé Matehuala.

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Al principio tuve dudas para reconocerlo, puse un regalo sobre el mostrador -Por tu cumpleaños. Me acercarqué a saludarlo, sentí de golpe el recuerdo, cuando me dejaban en la puerta de la secundaria y entrábamos juntos. Pasaron frente a mi todos esos dibujos que hacía en las libretas con mi nombre envuelto en garabatos, saliendo en espiral, remarcados con tinta negra.

Aparecí en la puerta así nada más, muchos años después, llevándole un regalo, entrando a su oficina, sentándome en el sillón y diciéndole que se veía igual. En ese momento volví a tener catorce años, con el uniforme gris, cuatro o cinco libretas en la mochila y un ensayo sobre Aura.

Alguna vez me pasó por la cabeza buscarlo antes, me pregunté qué sería de su vida, me contesté yo sola, pensando que estaría feliz donde fuera. Éramos amigos desde la niñez, desde la primera comunión y desde que lo invité a mi fiesta de cumpleaños, cuando me llevó un sombrero. Hace poco vi en el album familiar, una foto donde estaba detrás de mí a punto de empujarme contra el pastel. No me acuerdo si lo logró o no, seguramente si, éramos niños.

Recuerdo el primer beso: inocente y sorpresivo. Creo que sentí el corazón como con cientos de alfileres clavados, si sacaba uno todo podía desaparecer. Poco duró la sensación. Tuve que dejar Matehuala.

Sin la inmediatez de ahora, pasaban semanas para tener noticias suyas, mías. Esperaba el correo con emoción, devoraba las cartas llenas de garabatos con tinta negra, a veces azul, otras morada. ¿Quién no ha sentido esas mariposas en el estómago? Yo podía dibujarlas, convertirme en ellas, volar hasta allá, hacerme diminuta para entrar por el cable del teléfono, llegar a su oreja, conocer sus pensamientos, escribir mi nombre en algún lugar, dejar las huellas de mis pies, un beso pintado y un par de palabras cursis flotando alrededor.

Con el tiempo, los dibujos y las cartas desaparecieron, también la necesidad de él, de su boca pequeña y su nombre corto. Sin sentir el paso de los días, todo cambió; el nuevo colegio, una ciudad más grande, un lugar donde me costó hacer amigos, donde me mudé tantas veces, donde me enamoré de nuevo, donde formé mi familia, donde nacieron mis hijos, donde la tragedia me hizo madurar; a donde pertenezco ahora, en esta tierra que me ha adoptado como yo a ella, con la nostalgia del pasado que a veces aparece, entre sueños, distante e irrepetible. Han sido muchos los años que rebasan mi capacidad de retener lo que alguna vez me pareció insólito.

¿Qué cómo me encuentro? Bien; fui, viajé, regresé, estudié, dibujé, escribí, lloré, reí, dormí, soñé, salté a ser lo que soy.

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Y tú amigo lector ¿a qué edad sentiste esas mariposas en el estómago?

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