Aplicada
Por: Liz Mireles
Hace tiempo me encontré con queridos amigos de la primaria a quienes recién volví a ver después de mucho tiempo. Me dijeron que pensaban que yo era doctora, científica, ingeniera y casi astronauta, se sorprenden de que sea diseñadora y mucho más de que aspire a contar historias.
Tal vez porque yo fui una niña muy aplicada en la primaria y la secundaria. Sacaba las mejores calificaciones desde que lo recuerdo. Las monjas me tenían en un altar porque era dedicada, buena alumna, rezaba el padre nuestro en español y en inglés, era inteligente; jamás reprobé una materia, incluso una vez lloré porque me saqué un 9 en lugar de un 10 en un examen donde la mayoría había reprobado.
Cuando cursaba sexto, me eligieron para representar al colegio en los exámenes de conocimientos a nivel regional y estatal. La preparación fue exhaustiva, estudiaba, pero no porque no lo entendiera o memorizara, yo sentía que no lo necesitaba, aún así dedicaba más de dos horas de entrenamiento diario con la madre Dora por la tarde. Ella preguntaba, me hacía pruebas, le daba instrucciones a mi mamá con respecto a mi alimentación, bueno, me sentía toda una persona especial, como una atleta en preparación para las olimpiadas.
Un día, llegamos tarde al colegio. Estaban cerrando la puerta de entrada y pasamos de largo. Mi mamá se moría de la vergüenza. Nos regresamos a la casa y no pasó más de un minuto cuando el teléfono ya estaba sonando. Era la madre directora, preguntó qué había pasado e indicó que me regresara a clases alegando que tuve que ir a hacerme unos estudios de laboratorio. Mi hermana se quedaría en casa pues para ella no había justificante.
No sé, de repente todas esas concesiones me parecían injustas.
El día de los exámenes las monjas y mi mamá me esperaban en el patio. Bajé y me preguntaron cómo me sentía, que tal había estado la prueba. No pude decirles que por instantes, cuando llegué a la parte de las matemáticas, me había sentido angustiada. Me acordé de mi primo y de la vez que en quinto de primaria cuando por alguna razón durante un examen me bloqueé. De repente no sabía del tema y comencé a sentir muchos nervios. Mi primo Joel, que se sentaba al lado mío en esos pupitres dobles, porque la monja quiso hacer un experimento académico debido a que él era tremendo. Quería ver cómo resultaba poner a los primos, uno al lado del otro con personalidades completamente opuestas. Ella pensaba que yo ayudaría a mi primo y en realidad fue al revés.
Volteé a verlo con mucha angustia y él comenzó a ayudarme. Pasó la monja al lado de nosotros y nos vio medio sospechosos. De inmediato se enojó y sin investigar lo que pasaba, le quitó el examen, supuso que él me estaba copiando. Traté de explicarle pero no me escuchó. Yo me sentía terrible pues afectaría de manera determinante la calificación de mi primo. Pero él me dijo que no me preocupara.
No sé si él lo recuerde pero a mi jamás se me olvidará ese gesto que tuvo hacia mi en ese instante en que por alguna razón se me borró todo lo que había estudiado. Me aferré a ese momento, respiré profundo y logré aislarme para resolver el examen. Todo comenzó a fluir, la presión bajó y sentí la fuerza de todos aquellos que habían depositado su confianza en mi: mi mamá, las monjas, mi primo. El resultado fue bueno y me sentí muy satisfecha de obtener un segundo lugar. Pude ir a México a conocer al presidente. Viajé durante una semana por los lugares más icónicos de la ciudad: Bellas Artes, el Templo Mayor, Reino Aventura, Teotihuacán, Los Pinos. Ese incentivo me ayudó mucho a tener confianza en mi y es algo que agradezco.
No soy doctora, científica, ingeniera o casi astronauta, soy diseñadora y cuento historias.