EL CENIT
Por Raúl Axel Mayorga Molina*
En su libro “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, el sociólogo alemán Max Weber (1864 – 1920) nos describe los valores que dieron origen a este modo de producción. Opuesto al marxismo, Weber describe el capitalismo como el sistema que tendría que acontecer tarde o temprano y a diferencia de Marx, que le da demasiado énfasis a lo material como motor de la historia, Weber menciona que la historia se mueve por el cambio social.
Para el científico social titulado y/o en formación, los postulados de Weber son esenciales, pues dan sustento a la teoría sociológica contemporánea. Por ejemplo, Weber atribuyó la aparición del capitalismo a los valores de las naciones donde este se construyó a sí mismo en extensivo: Inglaterra y Estados Unidos. Ambos, además de compartir el idioma, tienen en común que su religión principal era la protestante y aquí viene lo mejor: los valores del protestantismo son los que fueron la piedra angular del sistema capitalista.
Saco a colación lo anterior porque en estos días he tenido la oportunidad de volver al vecino país del norte, Estados Unidos, meca del consumismo y cuna de la democracia moderna. He vuelto tras siete años desde mi última visita y he refrendado la desubicación o, mejor dicho, la poca personificación del entorno. Es decir, no me siento cómodo aquí, prefiero volver a mi país y ciudad.
Mucha gente dirá “¿por qué?” y yo respondo que, pese a todos sus problemas, México es mi país, donde he crecido y que tiene grandes oportunidades y desafíos, y quiero contribuir a sacar del atolladero donde se encuentra ahora por las muy diversas causas del conocimiento público.
Para quien viene aquí por primera vez, el cambio es colosal. La primera barrera a romper es el idioma y a continuación le sigue la cultura del estadounidense, que dista mucho de la mexicana. Si bien en estados como Texas hay una mezcla con lo nuestro, lo que podríamos llamar Tex-mex, a fuerza de la presencia de latinos (especialmente mexicanos), quienes vayan más al norte y al este irán perdiendo familiaridad y verán más difícil identificarse con el país. Voy comprendiendo un poco más el shock que sufren los paisanos y demás migrantes que van a Estados Unidos dando, si me permiten la expresión, un salto de fe. La diferencia es que yo volveré a México muy pronto y ellos tienen que permanecer en el coloso, sintiendo el miedo de ser deportados (si son indocumentados) o vivir en la fría indiferencia de la segregación que imponen los diversos grupos sociales que componen este crisol norteamericano.
Volviendo al punto inicial, Estados Unidos tiene una cultura muy dada a consumir, cambiar, vender, etc. Dicha cultura es una contradicción a los valores que originaron al capitalismo, tales como el ahorro, la prudencia, el trabajo duro… Para que el sistema creciera, en un momento dado a finales del siglo XIX y el pasado, se abandonó la vida puritana y los valores protestantes que fueron el principal cimiento de la idea de nación estadounidense y se dio rienda suelta a su frenesí de consumir y desechar tan característico. Esto tuvo como consecuencia que los excesos transformaron para siempre el ideario del ciudadano estadounidense y sin brújula moral que seguir las identidades se colapsaron y se reconstruyeron. ** Eso, amigos y amigas, fue el modernismo y luego ya vino el posmodernismo, tema que he abordado en las columnas cuatro, nueve y dieciséis.
En fin, para dar mate a este asunto, mientras conducía hace un rato sobre la carretera interestatal 35 (los caminos en EE.UU. son mantenidos por los estados y el Gobierno federal es más bien un gobierno chiquito a comparación del nuestro) platicaba con mi madre sobre la identidad del gringo y que, bueno, en el capitalismo todos estamos obligados a consumir, consciente o inconscientemente, a voluntad o no, en general en México o acá la gente trabaja ya sólo para tener dinero y poder gastar, porque todo tiene costo. Esa es otra de las inmoralidades, por así decirlo, del sistema y la decadencia que no termina por decaer. Bueno, pues le comentaba una impresión que tengo desde hace tiempo, que es que, así como en la antigüedad el ser humano adoró al vientre femenino, dador de vida; al sol, la luna y demás astros, a múltiples dioses y después, desde hace siglos, a alguna de las principales religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo e islam, en orden de aparición), hoy en día la verdadera religión de las personas es el dinero. No hay más. Alabado sea el poderoso dólar, pues los dictados del capital son más sagrados que cualquier Torá, Biblia o Corán juntos.
¿Qué zafado, no?
Espero sus comentarios y gracias de antemano por leer y compartir esta columna.
¡Hasta la próxima!
*Trabajador de la educación, politólogo en formación por la UNAM en la modalidad a distancia.
**Recomiendo la lectura de “Las contradicciones culturales del capitalismo” (1993, ed. Alianza) de Daniel Bell, si se quiere ahondar en el tema. Muy recomendable.