24 octubre, 2018

EL CENIT

Por: Raúl Axel Mayorga Molina

 

Juventud: educación, desigualdad y pobreza

En los últimos días he pensado en lo difícil que es ser joven, adolescente concretamente, en la actualidad, si lo comparo con la época en que concluí el bachillerato hace ya diez (largos) años. Me parece que las personas jóvenes en la actualidad lidian con muchas más cosas que yo hace una década y que la desigualdad para la gente de entre 12 y 29 años es enorme. La pobreza, la educación con calidad, el empleo decentemente remunerado, parecieran aspiraciones alejadas de lo posible y no realidades para las chicas y los chicos de la llamada generación centennial, sucesora de los millennials, generación a la que pertenecen quienes nacimos entre 1984 y el 2000.

 

Ahora bien, sobre el panorama de las y los jóvenes, empezaré con la pobreza.

 

En la Medición Multidimensional de la Pobreza de 2014, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) indicó que de las 37.5 millones de jóvenes entre 12 y 29 años, el 53.3% (19.7 millones) tienen ingresos menores a la línea de bienestar económico; casi un 10% (3.6 millones) vive en pobreza extrema. Es decir, más de la mitad de las personas jóvenes no tienen los ingresos suficientes para valerse por sí mismas.

 

Ahora, en cuestión de la educación, el nivel socioeconómico está altamente relacionado con la calidad de la educación que se recibe (Bazdresch, 2001; Lenis, 2015; Ruiz, 2017), pues usualmente la educación de menor calidad la reciben los pobres, mientras que clases media y alta pueden costear mejores servicios, de escuelas privadas por lo general.

 

Hace falta hacerse de la vista gorda como para evadir este hecho. México es un país desigual con sus habitantes y mientras que las clases más privilegiadas pueden procurar a sus hijos e hijas mejores condiciones de vida, las personas en situación de pobreza no, pues sus prioridades son otras. Sobrevivir, básicamente.

 

La educación es clasista, no todas las escuelas son iguales y como dije líneas atrás, la gente con menos recursos, a pesar de ser la que necesita mejores servicios educativos, recibe los que el gobierno provee. Y no es que la escuela pública sea mala, pero por el volumen de estudiantes que recibe y, sobre todo, por los insuficientes recursos con los que cuenta para brindar el servicio es que es deficiente la formación que sus educandos puedan recibir.

 

Para cerrar este apartado: se supone que toda educación pagada con impuestos debería ser buena. Lamentablemente, no es así. Consideremos entonces que la educación que reciben las y los jóvenes está estrechamente relacionada con el estrato socioeconómico del que provienen y que les asigna, por decirlo de alguna manera, el lugar al irán a estudiar.

 

Por otro lado, un tema relacionado con la educación, tenemos al del empleo. Se supone que tenemos escuelas para formar técnicos o profesionistas que contribuyan al desarrollo local y nacional. Lo que no hay son empleo bien pagados, que permitan que estas y estos jóvenes vivan con lo hacían nuestros padres y abuelos, o cuando menos, que se puedan independizar. De hecho, un dato muy interesante es que cada vez menos jóvenes abandonan el hogar parental sino hasta llegados a los treinta años, en virtud de que sus ingresos no les alcanzan.

 

Y eso en cuanto al empleo, porque el desempleo es la otra cara de la moneda: en las personas entre 18 y 29 años, según el Coneval la tasa de desempleo es de 9%, es decir que se triplica respecto a la cifra nacional.

 

Así, presenciamos silenciosamente como el futuro de la juventud en México es oscuro y poco esperanzador.

 

Un tercio de las y los mexicanos es joven, menor de 30 años. Es un bono demográfico importantísimo y se está desperdiciando. Nuestras generaciones viven las consecuencias de sucesivas crisis económicas y políticas públicas mal planeadas o fallidas. La clase política de los últimos 30 años se olvidó de que el futuro de México no tendrá futuro si no hay un cambio radical que les augure una vida más digna para el porvenir.

 

Hablando de porvenir, olvido que nuestras generaciones también trabajarán más tiempo y contar con una pensión se volverá privilegio de unos pocos. Habrá gente que no se jubilará, de hecho y tendrá que trabajar hasta la muerte. ¿Cómo podemos atajar eso?

 

La respuesta no es fácil, porque es holística: requiere que muchas voluntades lleguen a consensos y pensar fuera de la caja para llegar a soluciones creativas y amplias. Lo que sí es que impostergable es que tales esfuerzos se hagan ya.

 

Mientras, la situación de precariedad e incertidumbre de la juventud seguirá creciendo. Y olvidé ahondar sobre la discriminación, la brecha de género y otros temas relativos por cuestión de espacio; ya habrá ocasión de escribir sobre ellos.

 

Fuentes:

  • Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (2014) Medición Multidimensional de la Pobreza. México: CONEVAL. Recuperado de: https://goo.gl/LsmtNs
  • Bazdresch, M. (2001) “Educación y pobreza: una relación conflictiva” en Pobreza, desigualdad social y ciudadanía. Los límites de las políticas sociales en América Latina. Buenos Aires: CLACSO.
  • Ruiz, A. (2015, noviembre 6) Los efectos de la pobreza sobre la Enseñanza y el Aprendizaje. Revista Educación Virtual. Recuperado de: https://goo.gl/Lr8HnJ
  • Lenis, J. (2017, febrero 16) La calidad de la educación: el principio de la pobreza. Las 2 orillas. Recuperado de: https://goo.gl/zRxQgn

 

Raúl Axel Mayorga Molina (San Luis Potosí, S.L.P., 1990) es estudiante de la Licenciatura en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México en la modalidad a distancia. Contacto: mayorga@politicas.unam.mx.

 

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición oficial de este medio.

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