Elegía a Don Chon: entre lo heredado y lo dejado
24 diciembre, 2020

 

Por Abelardo Medellín Pérez.

 

José Encarnación Medellín Galaviz (Chon) fue un hombre, esposo, padre, abuelo y bisabuelo excepcional; dedico su vida a las dos pasiones de un hombre de su tiempo: el trabajo y la familia. Se acompañó de estas dos pasiones hasta sus últimos momentos. Su familia, era el motor que le empujaba a trabajar tan arduo como solo él sabía; su trabajo, fue la oportunidad para laborar derecho y luego proteger el derecho de quien laboró junto a él.

Cuando un abuelo, bisabuelo y/o padre, dejan este plano con tantos años, tanta experiencia y tanta sabiduría atrás, se dice que el evento se puede comparar al ver arder hasta sus cimientos una biblioteca; para el caso de Don Chon, como yo le conocí desde niño, el evento de su partida se equipara al incendio de la Biblioteca de Alejandría, es decir, la pérdida de cientos y cientos de historias y de saberes que solo podrán recordar de forma poco precisa aquellos que le consultaron alguna vez en busca de un consejo.

Cuando la riqueza de un hombre reside en su familia y lo que ha construido con su descendencia, pocas cosas pueden heredarse más allá de lo que se ha dejado atrás, pero intentar enumerar todo los que dejó o heredó Don Chon sería una tarea de años largos, de historias interminables, de entrevistar a gente que ya no está y entrevistar por igual gente que está por venir. Por eso me reservo en mi duelo un espacio solo para hacer justicia a lo que yo evoco, porque cuando el luto es mucho, la memoria de la nostalgia prevalece por encima de la memoria del recuerdo claro.

Don Chon me dejó una imagen muy clara de las cosas que necesitas tener en una bolsa de herramientas; destornillador, perica, stillson, martillo, una bolsa de clavos y tornillos y un tanque de gas pequeño que puedas cargar en una mano. Fue plomero y todo lo que él sabía de esta disciplina lo veo reflejado en lo que sabe mi padre.

Don Chon me heredó una fina sensibilidad política, no “politiquera”, como él solía llamarla, sino esa sensibilidad que te permite ponerte en el lugar de los demás y entender que solo viendo el problema y cambiándolo desde tu posición puedes lograr solucionarlo. Fue empático y todo el amor al prójimo que un hombre de familia puede expresar lo veo reflejado en sus hijos, hijas y familiares.

Don Chon me dejó la enseñanza de cuánto debes apreciar el trabajo duro y el esfuerzo que pones en una meta; no en vano fueron esas historias de sus éxodos por el desierto mexicano donde todo lo que había para comer era un costal de pinole y para acompañarlo de vez en cuando el agua. Fue perseverante y el fruto del trabajo de una vida lo veo reflejado en cada historia que recuerdo de sus aventuras como plomero, representante sindical o (su vocación predilecta) un gran padre.

Don Chon me heredó un gusto singular por sentarme a la mesa y disfrutar de las cosas más sencillas que una cocina puede ofrecer: pan con café. Su recibimiento, si era a la mesa era más amable y su peregrinar para comprar cada tarde el pan de la noche era un ritual familiar que probablemente le sobreviva a su partida. Fue cálido en el hogar y esa calidez y unidad filial la veo reflejada en la cercanía y fraternidad que comparten cada uno de sus nietos entre sí y con los demás.

Don Chon me dejó claro que una historia siempre pude tener un arista divertido e inadvertido; como aquel recurrente cuento de un joven matehualense debía alcanzar al camión del gas y pare ello le prestaban una bicicleta, el joven en lugar de montarse en ella la llevaba de lado y a rastras puesto que no sabía andar en una, donde muchos verían un sinsentido absurdo, Chon veía una ironía divertida que podía ejemplificar casi cualquier actuar inexperto de la juventud. Fue un hombre sabio y cada historia que narraba, fuera en Matehuala o Ciudad de México, la veo reflejada en las calles que transito y las cuales él conoció bien.

Don Chon me heredó una pasión por la lectura de la cual nació mi profesión, de ella rescataré siempre el tiempo en que me presto el libro “El fin del Poder” de Moisés Naim, libro fundamental de mi filosofía personal que tuve la oportunidad de discutir con Chon; de esa plática recuerdo poco, pero no olvido que tan de acuerdo estábamos en que los tiempos ya no eran como antes, que los poderoso caen y seguirán cayendo. Fue un lector habido de textos y realidades, esa visión crítica la veo reflejada en mi aspiración de que mi labor como periodista sea tan crítica como él lo fue.

Don Chon nos dejó muchas deudas y deberes: deberemos ser amoroso, como él lo fue con su familia y amigos; deberemos ser trabajadores, salir adelante y poner por delante a los que nos necesitan; deberemos cuidar a nuestra familia y dar a ella todo, hasta que lo único que nos quede seamos nosotros mismos; deberemos aprender que la risa es nuestra carta de presentación, como él utilizaba la suya siempre que nos recibía en su cocina, recibidor o sala. 

Ahora que ha partido, la memoria nos es poco para intentar contener todo lo que quisiéramos de su recuerdo, sin embargo, tal como él lo hacía con refranes y frases populares, si quisiera hoy poner su muerte en palabras tendría que evocar versos ajenos.

Tal como dijo Miguel Hernández en su Elegía:

“No hay extensión más grande que mi herida Lloro mi desventura y sus conjuntos Y siento más tu muerte que mi vida”.

Descansa en paz, abuelo.

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