Un 9 de marzo sin mujeres
8 marzo, 2020

 

Por Imelda Aguirre Mendoza

 

Es 9 de marzo de 2020 en una comunidad de la Sierra Gorda. Hoy Claudia no se levantó a las cinco de la mañana para atizar la lumbre del fogón y comenzar a hacer el café. Eréndira se olvidó de dejar preparado el nixtamal y así aventajar en la elaboración de las tortillas de aquella mañana. Ese día ninguna mujer se preocupó por cocer los fríjoles. Juana no le llevó el lonche al esposo, que desde muy temprano salió a trabajar hacia la milpa. Los niños también se quedaron esperando los tacos sudados que sus madres suelen llevarles a la hora del recreo.

Ese día Cecilia no salió a pastorear a sus más de veinte borregas, tampoco pudo ir hacia el monte para recolectar el acostumbrado tercio de leña que diariamente se consume. Silvia no chapoleó la hierba en su solar y Macaria no encontró las fuerzas para ir traer el maíz hacia su parcela. Ese día ninguna mujer trasladó desde el manantial el agua que se requiere para el consumo diario. Las señoras no asistieron a las faenas que les imponen los programas gubernamentales para darles “el apoyo”, así que nadie le quitó la basura a los caminos del rancho.

Francisca no fue con Pedro a arrear las reses. Pedro tardó más tiempo en llevarlas hacia el corral, alimentarlas y darles de beber. Socorro no fue al monte en busca de palma y esa tarde tampoco trabajó en el tejido de sus petates. Paula no bordó ningún mantel, ni pudo salir a venderlo. Refugio no alimentó a las gallinas. Los canes se quedaron con la panza vacía pues no hubo ninguna mujer que se interesara por aventarles una gorda. El 9 de marzo de 2020 Prisca no estuvo para ir por el barro con el que hace sus ollas.

Lo hasta aquí narrado es ficción. El 9 de marzo de 2020, cuando muchas mujeres del país se unirán a la iniciativa nacional “un día sin mujeres”, gran parte de las mujeres de esta comunidad enclavada en la Sierra Gorda se levantarán entre cuatro y cinco de la mañana. Pareciera que nadie las convocó, y si así fue, ni siquiera se enteraron, hay algo que aún las excluye.

Como cada día, estas mujeres avivarán la lumbre, harán café y echarán tortillas, se apurarán a preparar el lonche para los hombres que se van al campo. Al quedarse solas en casa, arrancarán la maleza del solar, alimentarán a las gallinas y al resto de los animales domésticos de los que se disponga; fregarán los trastes, lavarán la ropa y pondrán a cocer los fríjoles. Varias de ellas irán al monte provistas de un buen güíngaro o de un machete que les ayude a irse abriendo paso entre las hierbas. Ayudadas de un mecapal traerán la leña y aprovecharán para recolectar lo que resulte comestible.

Para otras mujeres la tarde podrá trascurrir entre el tejido y los bordados que suelen venderse y con esto complementan el ingreso familiar. Conscientes de que el mundo no se detiene y de que ellas lo sostienen, las mujeres de esta comunidad no pueden parar, no saben cómo hacerlo, y aún sin parar, resisten.

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